Escritos Sobre Arte Mexicano
Jean Charlot

Editado por Peter Morse y John Charlot

© 1991--2000
Peter Morse y John Charlot

Notas Bibliográficas
Índice


Un Precursor del Movimiento del Arte Mexicano: el Grabador Posadas

En México, país plástico por excelencia, las montañas, las pirámides, los jacales, los utensilios de uso diario, todo, hasta los vestidos de nobles pliegues y los juguetes familiares, son de una belleza tan sólida como la de las más clásicas civilizaciones. Transportados a este ambiente muchos valores extranjeros se desbaratan y se vuelven negativos o ridículos, como ha sucedido con las modas "tutankhamen" y la mayoría de la obra de los modernos pintores parisienses; en tanto, los valores indigentes, si es verdad que pasan inadvertidos en el medio, puestos aparte, considerados en sí, se reconocen como admirables.

La obra del grabador Guadalupe Posadas lo comprueba. Él, a través de dos mil láminas, casi todas ilustraciones de corridos de la casa Vanegas Arroyo, creó el grabado genuinamente mexicano, y lo creó con rasgos tan fuertes, tan raciales que puede parangonarse con el sentimiento estético de lo gótico o lo bizantino, pongamos por caso. Por eso mismo, por su alcance universal de obra no subjetiva, permaneció anónima.

Nada hay tan sencillo como la vida de Posadas; fue la suya la del artesano incapaz de considerar independiente su arte y su profesión, libre de las pretensiones de quienes "no hacen arte por tener la necesidad de ganar el pan". Sin embargo, tenía el admirable artífice una idea justa de su valor: en lugar prominente de su pequeño taller, situado muy cerca de la Academia de San Carlos, tenía Posadas una reproducción del Juicio Final de Miguel Ángel: reproche incisivo al supuesto dibujo exacto de la enseñanza académica, él que tan bien sabía, como el Maestro italiano, que la belleza no proviene sino de las mil imponderables deformaciones que las leyes plásticas a través del temperamento del artista imponen al modelo.

Trabajó en madera y en zinc, tallando directamente con el buril después de trazar un ligero croquis sobre la misma materia. Más tarde, inventó la zincografía, lo cual le permitía trazar a pluma su composición, transformando el dibujo en cliché con un baño de ácido. Cualquiera que fuera la técnica empleada por él nunca le sirvió de pretexto para hacer virtuosidades vanas, siendo la expresión directa su única preocupación: recreaba plásticamente su emoción, desnudando la cosa vista de sus muchas envolturas y logrando con ello un dibujo tan vital que late como un corazón en pecho abierto; justísima comparación si tenemos en cuenta los asuntos que trataba predilectamente: dramas tremendos, tragedias escalofriantes. Con semejantes temas se necesita ser un gran artista para no caer en lo pintoresco: refugio de los incapaces que no pueden emocionar por la manera de tratar sino por la literatura del asunto. Y a pesar de ello, Posadas se supo realizar.

Juzgándolo superficialmente, algunos lo consideran como el caricaturista de las clases pobres, olvidando sin duda que el espectáculo plástico de la humanidad es de caricatura aparente: ¡Pero qué subsuelo de emoción! ¿Quién se atrevería a reírse de los makimonos de esos grandes asiáticos que se llamaron Sesshou, Lian-Kai? ¿O de los darwinismos de esos grandes occidentales, Goya y Daumier? Obsérvese el grabado que ilustra estas líneas y en el cual Posadas encamina una familia de peregrinos; debajo de su transparente ironía se fermenta, expresado no sentimentalmente, sino plásticamente, un drama atroz.

Para la gente sencilla, la obra de Posadas es bella, y para los críticos acostumbrados al análisis, está llena de revoluciones. Como los primitivos italianos, exterioriza el valor del personaje por su proporción, sin apego a las leyes de la perspectiva, como lo hace en el grabado de la entrada de Madero a México, en el cual el Presidente es más grande que el público que lo aclama, y el público, a su vez, es más grande que los cocheros, quienes no tienen en el tema más que una función mecánica. Los métodos expresionistas de representación espiritual, que hoy emplea Marc Chagall, resuelven su problema en el grabado "La muerte de un General": éste yace en su lecho mortuorio, pero en lugar del cuerpo, el grabador ha utilizado incisivamente los atributos de la labor patriótica del muerto. La cortina de la alcoba se transforma en una hilera de personajes que siguen un féretro, en el cual descansa nuestro personaje del primer término, y los caballos que tiran la carroza van perdiéndose en el muro en forma de una visión.

Inventa también Posadas, y lo aplica en numerosos grabados, lo que los norteamericanos han dado en llamar "dinamic simetry", como será fácil observar en el grabado titulado "La Oración de las Muchachas que piden Marido." Posadas supo escapar en él de la simetría geométrica por desplazamiento del centro, colocando una señorona intelectual y gorda, y por la introducción, a la izquierda, de un personaje contrastante, la "mocha", casi resignada a amar solamente a Dios por falta de hombre.

Si hay mucho que aprender estudiando críticamente la labor de Posadas, cuán importante sería su conocimiento basándolo únicamente en el análisis: como la gente sencilla hay que unirse a él en espíritu y admirar la nobleza que supo descubrir en las vidas humildes. Vidas muy cerca de las criaturas espirituales que nos rodean y que desconocemos, vidas que no han perdido el sentido de lo sobrenatural: tales las vemos en sus grabados. ¡Con qué serenidad asisten a la aparición o reciben la curación milagrosa!

Otro elemento esencial de la vida indígena se encuentra en Posadas: el amor a la tragedia, a la sangre y a la muerte, no por crueldad sino porque las razas fuertes no se pueden nutrir sino de emociones fuertes. "El Hombre que se Come a sus propios Hijos," "La Mujer que echa plomo fundido en el oído de su esposo que duerme," "El Niño que nació con Cabeza de Puerco," son títulos que dan idea de los grabados, títulos risibles para la gente bien que se extasía con el incesto de Oedipus, con el hambre de Ugolino, con las witches de Shakespeare o el Quasimodo de Hugo.

Los que hablan de hacer surgir un arte nacionalista fundamentado en el arte popular e imitan sarapes de Saltillo, jarros engrecados y jícaras de Rataplán, olvídanse de que, para pintar y esculpir, hay que estudiar pintura y escultura, no decoración aplicada. Si lo hicieran así, reconocerían que México es una tierra esencialmente plástica, trágica y sobrenatural que, después de todo y a pesar de todo, ni los ballets rusos, ni el jarabe Tapatío, ni el Marqués de Guadalupe son las más legítimas manifestaciones de un arte indo-americano.

 

Notas sobre la Conversación con Doña Carmen Rubio de Vanegas Arroyo

La Estética de las Danzas Indígenas

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